GASTROGURÚ 36
LAURA VICHERA
COCINÓLOGA
Fotografía: Antonio Juan Gras Alarcón
El lugar donde nacemos marca de tal manera a algunas
personas que llevan ese flujo vital en su cotidianidad, por muy lejos que vivan
de su origen. Por ello resulta gratamente asombroso constatar que esta mujer de
ojos grisáceos azulados, pelo rubio y tez salpicada de pecas a lo Katharine
Hepburn, se ha traído de la esquina donde habita su Tánger natal las ganas de
vivir de un pueblo que ama la gastronomía y la libertad por encima de todas las
cosas.
La libertad le sirvió a Laura para a partir la filología
darse cuenta que lo que ella sentía en su interior era una querencia por cómo transformar el mundo
desde una factoría gastronómica , ir en primer lugar escribiendo recetas
durante más de once años en la prensa diaria para hacer más feliz a sus muchos
lectores que en Granada, Málaga o Córdoba, leían su ingenio culinario, y más
tarde empeñarse en enseñar a comer a aquellos que la vida les ha puesto en medio
una patología, llámese celiaquía, diabetes, cardiopatías, obesidad…
Ha recorrido hospitales dando cursos para hacer accesible
la navidad a los pacientes, que la pascua pueda ser disfrutada sin temor. Para abrir ojos y conducir hacia ese placer nada
invisible que es la cocina y que todos puedan divertirse primero cocinando, y
luego tener una alimentación más rica, completa y diversificada. Ha cocinado en
museos, o se ha basado en la historia para poner sobre el plato la conclusión
de que somos parte de un todo que a veces nos empeñamos en dividir y esconder.
Ha organizado eventos, ciclos y tratado, día a día, de otorgar a la gastronomía
un aire festivo y libre como el que ella veía en los ricos mercados de la
ciudad africana que lleva tatuada en un corazón amplio, donde colores, aromas,
formas y estaciones van escribiendo un preciso tratado sobre la bonhomía, y se
mezclan credos, religiones y leyes.
Laura es parte de ese Tánger que fue envidia universal
por la manera en que se relacionaban las civilizaciones, por como la cultura
hacía posible una convivencia serena, que atrajo cientos de creadores de todas
las facetas del arte. Es una tenaz luchadora convencida de que no hay una sola
cultura, ni una sola gastronomía. Por ello ama apasionadamente a ese cocinero
visionario que se llama Abraham García, que ha sabido romper las fronteras de
lo cercano. Y no duda en implicarse en enseñar ésta manera de vida que es la
cocina a colectivos menos favorecidas por una legalidad muchas veces desigual,
injusta y miope.
Recorre Andalucía tratando de sanar de la manera más
efectiva: repartiendo conocimientos y abriendo horizontes. Su cocina se basa
tanto en la emoción como en el conocimiento de muchas tradiciones. Su genio le
lleva a creer en sus amigos y a querer agrupar ese gremio siempre amante de los
cuchillos y las tertulias largas. Por eso es querida por todos los que se ponen
a diario la casaca de cocinero, mientras que la oficialidad, los de los
despachos y la firma, tratan de impedir que esa masa madre que lleva en su aura
ésta mujer de idiomas aprendidos desde niña no fermente en la ciudad que
presume de dos ríos.
Todos tenemos derecho a poder disfrutar de eso que
llamamos gastronomía. No puede una enfermedad impedírnoslo. De ello se encarga
Laura Vichera: hacedora de posibles