GASTROGURÚS IIª temporada
Freddy
Salmerón
Jefe
de cocina del Restaurante El Estudio de Ana
Con
nueve años Freddy Salmerón, venezolano de familia media y huérfano de padre
desde los cinco, tuvo la clarividencia de descubrir que al realizar un trabajo,
y ser recompensado por ello, la cocina podría ser una fuente de alegrías que le
ayudara a cubrir la faceta de poder pagarse sus caprichos.
Entre
aquél niño que pelaba patatas para ayudar a su madre y el hombre que dirige las
cocinas de un restaurante que da más de diecinueve mil cubiertos en banquetes,
sigue habitándolo un ser cordial pero no exento de evitar enfrenamientos, amigo
de salir en fotografías que gusta colgar en redes sociales mostrando buen humor y compañerismo que reina
en su cocina. Un hombre que está camino de convertirse, cuando Diciembre
llegue, en padre por primera vez de un niño al que llamará Mateo, que gusta de
continuar aprendiendo nuevas parcelas de su profesión para afianzar sus
conocimientos y para ello es capaz de aprovechar sus vacaciones y pasar un
tiempo de su descanso entre fogones ajenos, este año con el tri estrellado
Quique Dacosta. Y que se siente muy agradecido con una ciudad que sin ser la
suya le ha abierto las puertas y le ha permitido exponer sus ideas mediante un
trabajo en el que la evolución y la tenacidad le llevan a construir un mundo
sápido cuidado, que tiene como fin el agradar y sorprender a quien se acerca hasta su hermosa casa, que en tan solo tres años ha conseguido afianzarse con una clientela que cada vez le exige mayores parcelas de placer.
Freddy,
durante la conversación que mantenemos mientras suena música clásica, (su mujer
es una apreciada contrabajista venezolana), se nombra un par de veces como un
cocinero egoísta, “porque he tenido que ocuparme de mí”, sin darse cuenta,
quizá, que más que sentir un “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace
atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás”, lo
que percibo es que ha tenido que ir haciéndose solo frente a un mundo que casi
siempre es más voraz de lo que deseáramos. Porque quien fuera un peleón, y la
oveja negra de una familia que no lo veía como cocinero, hoy trata con
delicadeza a su equipo, y a los que trabajan a su lado, porque los considera parte
fundamental en el desarrollo de su felicidad y éxito. Y le gustaría que los
compañeros de profesión tuvieran una cordialidad que le rechina.
“La
crisis nos ha hecho más selectivos a la hora de elegir” argumenta quien busca
la excelencia no sólo de las materias primas con las que trabaja, sino en todas
las parcelas en las que interviene profesionalmente.
Considera
que en la cocina no hay errores y que siendo exigentes podremos aprender de los
demás, “porque nos debemos a ellos”.
Podría
afirmar que Freddy es un cocinero que vive por y para la cocina, que tiene buen
oído con las cosas que se le dicen, y con las que oye. Y como persona que
depende de él mismo para su salvación, con un alto poder de memoria para no
olvidar lo que los otros dicen, ese espejo al que debemos de enfrentarnos nos
guste o no.
Le
gusta tanto integrarse que utiliza una expresión inventada cuando ofrece sus
andanzas en las redes sociales, “murcianeando”.
Todos
buscamos quien nos quiera. Y Freddy ha elegido una tierra para que le cobije. Y
en el camino no vence quien más camina, sino quien se conserva caminando
durante más tiempo. Y las ansias de Freddy son las de permanecer. Porque es,
antes que nada, un ser agradecido.