GASTROGURÚ
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ELISA
MARTÍNEZ NAVARRO
Quien
pretenda creer que hay mundos cerrados en los que solo se puede entrar
dependiendo del sexo, o de la ideología de sus habitantes, se equivoca
abiertamente.
Puede
ser que durante muchos años el mundo del vino haya estado más cerca de las
manos del hombre que de la sensibilidad y profesionalidad de la mujer, pero
ahora han entrado de lleno, no como paso fugaz, sino para quedarse y hacerlo
más amplio dándole nuevos horizontes. Lo femenino es una parcela que enriquece
al ser humano, y por lo tanto a la enología.
Elisa
Martínez hace vino no por haber nacido en Jumilla. Aunque ayuda haber estudiado
hasta convertirse en una magnífica técnica enóloga, trabajar durante muchos
años con bodegas de la zona y otras que tienen viñas en otros lugares. Para hacer
un vino personal hay que haber meditado lo aprendido durante años, poner en
práctica las creencias que uno ha llegado a construirse, y llegar a buscar el
terreno y las uvas que más nos gusten, seguir su desarrollo conforme las
estaciones avanzas, cuidar su llegada a la bodega y allí aplicar las metodologías
necesarias y la experiencia para que lo que se produzca sea diferente hasta lo
que había hasta el momento.
EVOL
es el vino que Elisa ha embotellado. Evol de evolución. Un monastrell
procedente de las cepas de pie franco que hay
las parcelas del Paraje de los Clérigos, a 750 metros de altura. Del que
ha embotellado 6.000 botellas de una experiencia que ayudará a hacer más
internacional y profunda la visión que el mundo tiene sobre la D.O Jumilla.
Porque Elisa, que ama el trabajo manual que encierra su profesión, acercando de
esa manera el interior único del hacedor de vinos hasta quien abre, bebe y
paladea bebida, sabe que el vino es un arma de seducción. Y en sus botellas
encierra el carácter de una tierra muy concreta, la armonía necesaria de lo
hecho a la perfección para disfrutar de
una experiencia única. La sencillez que otorga lo cercano, y la potencia que recluye
la verdad. Evol es muestra de la personalidad amigable y sensitiva de su
creadora.
Volver
al vino es acercarse y ahondar en la tradición para hacerla perdurable y más
amplia. Es la historia que se escribe con hojas de parra que cambian de color.
Es afianzar el pasado.
Frente
a quien se deja envolver con cantos de sirena de arrancar viñas, donde está
tatuado el gen de nuestros ancestros, a cambio sencillamente de dinero, hacer
vino es confirmar lo que fuimos, valorar el sacrificio de perdurar, arriesgar
el futuro. Es una manera de ahondar en una de esas piernas de la trilogía de nuestra memoria gustativa,
donde olivo, almendra y vid, se dan la mano.
La
enóloga Elisa Martínez puede hablar de modernidad porque conoce y respeta la
tradición. Y se desenvuelve con pausa en el complicado negocio del vino con una
sonrisa y un sentimiento de trabajo bien hecho que saborea con los resultados
de su primer trabajo en solitario. Desde los honores que va recibiendo hasta lo
que sencillamente se acercan hasta ella para felicitarla por ofrecer otro
rostro más de los que tiene ese mundo que se llama Jumilla. Es parte del futuro
que ya se hace tangible. En este caso, además, bebible.
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