viernes, 13 de diciembre de 2013

UN CUCHILLO TAN AFILADO QUE DUPLICA SABORES


GASTROGURÚ 12

RICARDO SANZ DE CASTRO

COPROPIETARIO DE KABUKI WELLINGTON.
UNA ESTRELLA MICHELIN

FOTOGRAFÍA: Antonio Juan Gras Alarcón






Este hombre que en su tarjeta de vista se burla de sí mismo, dibujándose con un cuchillo de sushi en la mano y escasa población capilar, tiene más del gran viajero Xuanzang que del héroe que le ha tocado ser.

Solo quien es capaz de bromear simulando la tradición, por conocer su  historia como un abecedario tatuado, puede llegar a rememorar sabores que lleven de viaje al pasado.

Ricardo Sanz ha  conseguido asimilar la esencia de la cocina japonesa, pero sin olvidar que su país de origen, España, tiene en el centro de su idiosincrasia sápida el escabeche, en el noreste la empanada  gallega con masa de maíz, en el sur el aceite y la sal, en el este las verduras y el pan con “tumaca”, y en el oeste el sacrilegio del queso de Ulloa. Y digo sacrilegio con fe, pues unir oriente y occidente mediante el puente del lácteo es una osadía recalcitrante, bizca y divertida que solo alguien que empezó su vida profesional haciendo hamburguesas a la plancha, y cocinando perritos calientes, puede permitirse el lujo de realizar y acabarlo perfectamente.
El viajero Xuanzang marchó pobre hacia la India para aprender en profundidad las doctrinas budistas, y regresó a su país con 20 caballos cargados de textos sagrados. Ricardo Sanz, madrileño que ha descubierto a un país como el nuestro que el crudo es la base de un cosmos sutil de sabores,  tal vez no genere un clásico de la literatura como fue “El viaje al Oeste”, pero ha abierto las expectativas a decenas de cocineros que llegan hasta sus cocinas, en sus cuatro locales esparcidos por la geografía española, para aprender los cortes milimétricos con los que sacarle partido a un mújol de estero de las orillas de Huelva , a una lubina de nacarada carne, o a un veteado lomo de atún.  Pero dando un salto tan imposible, capaz solo para visionarios irrespetuosos y valientes que saben que el mundo no termina en las  doctrinas ancestrales, que ha abierto la puerta a una fusión culinaria que necesita de la magia de estar impregnada de las sabidurías más populares de éste lado del mediterráneo para unir, sin que le tiemble la mano y el cuchillo doblemente sápido, oriente y occidente en una sardina envuelta en una faja de tocino ibérico, una diminuto rodaballo  como si fuera un chanquete rebozado o un atún sobre huevo frito como si se tratase de un castizo plato que cualquier chulapa moriría por llevarse a la boca.
Este hombre no es un genio por haber conseguido la primera estrella Michelin para una cocina no nacional en la afrancesada guía por la que todos los chef suspiran, sino por conocer el respeto que los productos se merecen, y hace grande el dicho de que “menos es más”, incorporando a su carta platos con tal lentitud que sólo las estalactitas y estalagmitas son más veloces en su deseo de besarse que en su intención de ampliar al listado platos de irrefrenable factura que habitan sus menús.
Ricardo Sanz sabe que no hay fronteras, que nunca cocinaría lo que no siente como verdadero y que cualquier tiempo futuro puede ser mejor.
Tiene la sabiduría de los grandes viajeros. Aquellos que partiendo de un lugar recorrieron el universo. Los aquejados de conocimiento.












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