GASTROGURÚ
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JOAN
CASCANT. BODEGUERO DEL CELLER DE LA MUNTANYA CREADOR DEL CONCEPTO DE MICROVIÑAS
Fotografía: Antonio Juan Gras
Ese
visionario pesimista que se llama Houellebecq, que gusta beber gewürztraminer acompañándolo
con ostras, dice que “toda sociedad
tiene sus puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien
fuerte”.
El que en
otro momento de su vida fuera delineante durante casi veinticinco años, y desde
el 2004, casi como una broma, se puso a hacer vinos para acompañar un arroz en
las fiestas de su pueblo, Muro de Alcoi, y que envió alguna de esas botellas
para que se las juzgara la prestigiosa guía Peñín, consiguiendo colocarse en la
línea de 90 puntos con la primera propuesta de la bodega el Celler de la
Muntaña, y que al segundo año, tras recorrer productores de barricas, no llega a
esa primera puntuación, sino que la supera y se instala en 91 puntos, debió de
sospechar las insinuaciones del escritor de isla de la Reunión, y convertirse
en una certera mosca cojonera que no deja de zumbar sus alas tratando de darle
valor justo a todos aquellos que forman parte de la creación de un vino, desde
el agricultor, hasta el bodeguero.
Cascant es
de los que piensa que su gremio no es de los que venden vino, sino de los que
aportan un valor a la sociedad, un valor al territorio, porque lo que tiene que
ser prioritario y principal es la dignidad del ser humano, sea como agricultor,
como recogedor de uvas, o como transformador de esos mostos en vino que hablan
de territorio que corre el peligro de perder la memoria de lo que sobre ellos
se criaba.
De nada
sirve la competitividad sino se le sustituye por colaboración. Utilizar
terrenos que han dejado de trabajarse para que otros, en régimen de alquiler,
desarrollen y garanticen, que la viña, y sus conocimientos, no se pierden ni
quedan extraviados en un mundo con demasiada prisa por igualarse/globalizarse.
Tildar de
caro ciertos trabajos es únicamente una medida económica que no tiene en cuenta
determinados principios, donde lo natural/artesanal merece un respeto y un
valor que el mercado muchas veces se niega a darle.
Juan Cascant
es de los que exige otros tipos de valores, y para acceder a ellos hay que dar
pasos diversos, gestos que no oculten el valor de cada cosa. No se trata de
grandes gestos que ocupen fugazmente el horizonte, sino pequeños, contundentes
y que permanezcan. Y ahí la formación de los que serán, el futuro, ocupa una
muy importante parcela de su tiempo, de sus energías, y de los esfuerzos que
derrocha como si se pudiera ser infinito con las ilusiones.
Hay que ser
garante del territorio que nos ha tocado en suerte. Y la recuperación que
consigue mediante el proyecto de “microviñas” no es parte de una moda, sino el
ejercicio consciente por mantener lo que nuestros ancestros nos han ido
dejando, y que debemos de conservar para dejar evidencia de un territorio que
siempre es prodigioso.
Las
contradicciones de una sociedad que destruye espacios verdes para obligarse a
pagar por nuevas zonas verdes es un juego maquiavélico que éste bodeguero no
está dispuesto a asumir. La sostenibilidad consiste en satisfacer las
necesidades del presente sin comprometer las carestías de futuras generaciones.
Hacer vino
puede convertirse en una manera de asegurar el pasado. La puerta del futuro próspero.
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