Como el
desdichado y lúcido poeta portugués Fernando Pessoa, Paco Salinas también ha
sido multitud. Pero en vez de palabras y poemas sus conclusiones vitales nos
las ha venido dejando en miradas, que impresas en blanco y negro o color, según
el estado de ánimo, nos sirven de guía y traducción para un mundo que muchas
veces somos incapaces de conocer y comprender por nosotros mismos.
La piel
que contiene al fotógrafo es colosal, dialogante, y se cuestiona los hechos que
componen la realidad dividiendo las formas en sombras que son heráldicos
corazones desheredados. Su bisturí, ese cutter que siempre le ha acompañado en
uno de los muchos bolsillos donde guarda sus monedas de cambio, ha diseccionado
éste otro tiempo del grupo de nómadas que somos los que le rodeamos, y que como
el alucinado de la película de Kusturica* sabe que es imposible una vida sin
vaivenes, porque su “alma es libre, y unas veces llora, y otras canta y ríe, y que cuando Dios bajó a la tierra no se puso
de acuerdo con nosotros”, trashumantes de cariño.
De
todos los muchos que Salinas ha sido he coincidido algunas veces con diversos.
Y de esos hay a los que les tengo más cercanía. A otros sencillamente pasión.
Nosotros,
los derrotados, necesitamos de alguien que evidencie lo que miramos pero que no
sabemos ver, para que lo invisible se torne evidente. Necesitamos los ojos del
alma y el gesto técnico para deletrear lo que sucediendo no es constatable.
Es la
flor pisoteada de lo cotidiano lo que izamos como enseña de nuestra nao pirata,
porque ya que nos han ido silenciando negándonos el tiempo presente tenemos,
por siempre, la memoria hecha de imagen que Mestizo/Salinas ha guardado
obstinadamente en cajas de cartón.
Tal vez
sus imágenes sean las fechas de lo vivido. El proceso mental que forma el puzle
de vidas hechas de muchas vidas, cuerpos y palabras.
La
espada justiciera del arcángel que defendía un paraíso sólo sentido por quien
medía su tiempo con las agujas del reloj del fotógrafo.
Esto
que ahora miras es parte de nuestro mapa intangible. Salinas lo ha
materializado tatuándolo en las consecuencias pendejas que la generación que
habito tiene como enseña, dni o catecismo.
No
bromea con sus imágenes quien se ríe de su sombra, cincelada a
puñetazos. Desgastan por su profundidad. Agotan lo superfluo. En ellas pueden
haber error, pero no mentiras, puede haber incomodidad, búsqueda, pero no
desorientación.
Mientras
podamos mirar de frente las bocanadas del fotógrafo nunca esteremos mudos.
Porque aunque no nos lo creamos el mundo también es como nos lo muestra el artista.
El traductor de visiones invisibles alarga la existencia del mundo y por
consiguiente de nosotros, miembros de una camada indomable. Nos hace infinitos.
Habitantes de un San Borondón* dudoso.
San
Borondón, octava isla que aparece y desaparece en el Archipiélago Canario, pero
nunca es registrada en las cartografías convencionales
*En
“El Tiempo de Gitanos”, película de Emir Kusturika, un
personaje de cabeza rapada, bajo un paraguas roto, realiza parte de éste
monólogo inolvidable.
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