viernes, 7 de febrero de 2014

LA GRANDEZA DE LO MINÚSCULO

GASTROGURÚ 20

JOAN CASCANT. BODEGUERO DEL CELLER DE LA MUNTANYA CREADOR DEL CONCEPTO DE MICROVIÑAS

Fotografía: Antonio Juan Gras








Ese visionario pesimista que se llama Houellebecq, que gusta beber gewürztraminer acompañándolo con ostras, dice que  “toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte”.

El que en otro momento de su vida fuera delineante durante casi veinticinco años, y desde el 2004, casi como una broma, se puso a hacer vinos para acompañar un arroz en las fiestas de su pueblo, Muro de Alcoi, y que envió alguna de esas botellas para que se las juzgara la prestigiosa guía Peñín, consiguiendo colocarse en la línea de 90 puntos con la primera propuesta de la bodega el Celler de la Muntaña, y que al segundo año, tras recorrer productores de barricas, no llega a esa primera puntuación, sino que la supera y se instala en 91 puntos, debió de sospechar las insinuaciones del escritor de isla de la Reunión, y convertirse en una certera mosca cojonera que no deja de zumbar sus alas tratando de darle valor justo a todos aquellos que forman parte de la creación de un vino, desde el agricultor, hasta el bodeguero.

Cascant es de los que piensa que su gremio no es de los que venden vino, sino de los que aportan un valor a la sociedad, un valor al territorio, porque lo que tiene que ser prioritario y principal es la dignidad del ser humano, sea como agricultor, como recogedor de uvas, o como transformador de esos mostos en vino que hablan de territorio que corre el peligro de perder la memoria de lo que sobre ellos se criaba.

De nada sirve la competitividad sino se le sustituye por colaboración. Utilizar terrenos que han dejado de trabajarse para que otros, en régimen de alquiler, desarrollen y garanticen, que la viña, y sus conocimientos, no se pierden ni quedan extraviados en un mundo con demasiada prisa por igualarse/globalizarse.

Tildar de caro ciertos trabajos es únicamente una medida económica que no tiene en cuenta determinados principios, donde lo natural/artesanal merece un respeto y un valor que el mercado muchas veces se niega a darle.

Juan Cascant es de los que exige otros tipos de valores, y para acceder a ellos hay que dar pasos diversos, gestos que no oculten el valor de cada cosa. No se trata de grandes gestos que ocupen fugazmente el horizonte, sino pequeños, contundentes y que permanezcan. Y ahí la formación de los que serán, el futuro, ocupa una muy importante parcela de su tiempo, de sus energías, y de los esfuerzos que derrocha como si se pudiera ser infinito con las ilusiones.
Hay que ser garante del territorio que nos ha tocado en suerte. Y la recuperación que consigue mediante el proyecto de “microviñas” no es parte de una moda, sino el ejercicio consciente por mantener lo que nuestros ancestros nos han ido dejando, y que debemos de conservar para dejar evidencia de un territorio que siempre es prodigioso.

Las contradicciones de una sociedad que destruye espacios verdes para obligarse a pagar por nuevas zonas verdes es un juego maquiavélico que éste bodeguero no está dispuesto a asumir. La sostenibilidad consiste en satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las carestías de futuras generaciones.

Hacer vino puede convertirse en una manera de asegurar el pasado. La puerta del futuro próspero.



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