GASTROGURÚS 10
Mª Elena Escolar
Sumiller. Directora de ventas de La Lechera de Burdeos.
Fotografía: Antonio Juan Gras Alarcón
Las esencias aciduladas de fresas maduras, invisibles en un
vaso de vino, marcaron el inicio de un
viaje que comenzó a los ocho años de
edad, con una infancia donde Granada está al fondo, para llegar a un hoy donde
se combinan vinos y queso, vida con más vida, sabores con elementos ajenos. Maridajes
posibles o imposibles para hacer más amplia la vida.
Ser consciente de que las fragancias serán nuestro
camino,
para ir diciendo y comprendiendo el universo que nos rodea, ha sido lo que ha
marcado, vital y
profesionalmente, a ésta sumiller que creció a golpe de revelación
olfativa, y que le ha llegado a
emocionar de tal manera, que alguna vez no se ha podido resistir a la sensación de ser
invadida por las lágrimas al acercarse a determinados vinos de los que ha ido catando en estos 48
años, donde dedicarse a analizar el mundo mediante un órgano sorprendente como
es el olfato, y demasiadas veces muy poco utilizado, le lleva a una observación
de lo cotidiano donde la gastronomía se impone de
manera efectiva y a veces otorga un cansancio causado por tanto placer.
Maria Elena tiene algo de maestra puntillosa, firme y
precisa. Visualiza la realidad desde lo sensorial, y ese cortometraje que crea
en su mente lo regala gustosa a quien se
acerca y siente interés por los hallazgos a los que llega con las combinaciones
que ofrecen los productos sápidos que la
naturaleza pone a nuestra disposición.
Siente que la nariz es su mejor defensa ante un mundo
exagerado empeñado en ofrecer historias que necesitan de un orden que solo unos
pocos son capaces de apreciar, y dar a conocer al resto del mundo. Su misión,
desde hace unos años, es la de transmitir en muy poco tiempo conocimientos a todos aquellos que se acerca
hasta su lugar de trabajo. Consiguiendo, de esa manera, ampliar las leyes siempre quebrantables de la armonía. Y ser un demonio tentador que ofrece paraísos
intangibles pero perdurables en las memorias del placer.
Este momento dulce y feliz en el que vive no está pagado por
un sueldo ventajoso, o por horarios placenteros, sino por la posibilidad de un
contacto diario con un público dispuesto a las propuestas que ésta incansable
estudiosa ofrece, lo que le otorga una placidez que le llena y le suministra
fuerzas para seguir buscando el aroma secreto que todo alimento lleva
implícito.
El crecimiento
consiste, también, en aprender de productos reales diferentes, y opta
esta enérgica mujer por desterrar cierto mancheguismo quesero que
nos ha invadido históricamente para
poder ser parte de una transmisión: la de la confianza gustativa en la novedad
asimilada.
Fija su mundo profesional en un triángulo casi perfecto,
donde el arte de la venta, la capacidad de transmitir de conocimientos y el
hecho de proponer armonías atípicas, satisfacen una vida que solo quien ama
profunda e íntimamente la hostelería llega a sentir como plena.
Desde sus gafas mira el mundo sin prisas. Maria Elena, que
trabaja para el futuro, aprende de los quesos la mutación de las sustancias. De
lo sólido a lo líquido. Una alquimista empeñada en transmitir la grandeza de
los infinitos mundos que cada alimento
esconde y solo muestra a quien se atreve a ser abducido.
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