domingo, 7 de julio de 2013

3. La Mousse de Chocolate


Si  yo le dijera, Señor Azafrán, que hoy me siento tan francés que voy a cantarle por Aznavour y que le voy a cocinar una mousse de chocolate, ¿qué me diría?

Pues que entone emocionante “Que C´est triste Venise”, que tanto le gustaba a aquél marinero de quirófanos, y que no monte nunca en demasía esa nata desbordante de grasa que ha traído, sisándosela al almacenista de la esquina.
Lo francés tiene su miga, porque estos señores que siempre llevan la nariz levantada, como oliendo a mierda por donde pasan, es un país increíble, pese a ellos. Vinos deslumbrantes, cocineros con una tradición memorable, panaderos que perseveran en la tradición y han hecho famoso el concepto baguette,  queseros con más de 360 variedades. Y además, con un pueblecito que cada habitante llega a llevarse al galillo más de 220 litros de morapio. Vamos, un lugar para irse a vivir, porque con ese escritorazo que se llama Houellebeecq, ya tenemos la conciencia bastante tranquila.

Cardamomo sabe que la calidad del chocolate es fundamental, porque en cocina la calidad del producto es la seña liberadora. Por ello ha rebuscado bien, y es generoso, que con los placeres no hay que ser ni timorato ni rácano. O se peca o no se peca, dice mientras saca del frío el recipiente donde batirá la nata. Pone al vapor agua para que en otro receptáculo las claras suban “hasta el cielo” con una puntita de sal, deshace el chocolate en el microondas que le regaló la hermana Sor Prendida, y monta delicadamente el verso oscuro.



Tiene manos de emigrante sabio, dice Azafrán, mientras lame la cuchara y recuerda que un día tiene que volver a Paris.

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