GASTROGURÚ 15
LAS HERMANAS DEL OBRADOR DEL
CONVENTO DE SAN ANTONIO.
Fotografía: Antonio Juan Gras Alarcón
El convento de San Antonio tiene una historia de 500 años a sus
espaldas. La luz invernal que lo rodea
estos días no solo invita a la continua meditación donosa y sincera, sino que
acentúa la concentración a la hora de buscar el equilibrio en la colección de
productos que desde hace unos años se confeccionan en silencio en su obrador.
Alguien podría llegar a pensar que estas religiosas solo perpetúan una
tradición de repostería conventual, pues en su catálogo se encuentran piezas
que ellas han salvado de una extinción segura, como el pastel de Santa Beatriz.
Pero nada más lejos de éste pensamiento. Se afirman en el pasado para ir
abriendo el espectáculo de sus creaciones a nuevas propuestas que a veces
gravitan en el subconsciente colectivo y que se fueron perdiendo sin saber muy
bien porqué, pero que ellas, en un esfuerzo de búsqueda arqueológica de los
sabores que solo vivían en el limbo de los recuerdo, se han empeñado en traer
nuevamente al presente.
Las Antonias, que así han llamado como homenaje a todas las hermanas
que han pasado por este monasterio, son
esas pastillas de café con leche que un día no muy lejano fueron enseña de la
dulcería murciana, vuelven hoy a ser
degustadas con idéntica forma, con caligrafía similar, y semejante terciopelo
gustativo que aquellos inolvidables caramelos que bajo la firma de Alonso eran
el regocijo de tantos paladares. Más que de milagros hay que hablar de una
minuciosa recuperación y de un tenaz trabajo entre detectivesco y perseverante
para rescatar la perdida receta y lograr rescatarla. Y no desilusionar a quien
se acerca hasta éste pasado hecho ya presente que se deshace muy lentamente en
la boca.
Risueñas, metódicas, trabajadoras infatigables, estas diez reposteras,
entre las diecinueve habitantes del convento, escrutan el equilibrio de una
producción sostenible y ecológica prefiriendo que sus productos se encuentren
en lo cercano. No son una empresa, son religiosas que entre el tiempo de la
oración matutina y el tiempo de la oración nocturna, utilizan la repostería
como método de ayuda para con sus semejantes más necesitados y ajustar, en lo
posible, su economía conventual.
Sus productos se pueden encontrar en ferias populares, muestras de
artesanía regional o espacios gourmet de reconocidos centros comerciales. Pagan
sus impuestos y se preocupan de que sus rezos puedan ayudar a sus compañeros
artesanos que hacen campaña junto a ellas. No quieren que sus dulces sean
globales, sino que pretenden ser del lugar de donde nacen. Porque ellas,
artesanas de los saludable, lo mejor que hacen
es orar.
La temporada les lleva de las tortas de recado y la dulcería navideña
al Roncón de Reyes, aunque a lo largo del año son ya reconocidas sus madalenas
hechas de buen aceite, sus bizcochos, que presentan en envases que van
adaptándose a los tiempos aunque la competencia y el alto coste de los
productos de calidad que emplean para sus elaboraciones hacen que los
beneficios sean muy ajustados.
Hay algo encantadoramente contagioso en la fortaleza de quien se
empeña en ser útil a los demás. La entrega artesanal de estas mujeres que entre
almendra, huevos, harina y azúcar hacen más dulce el paso de los días es una
alentadora metáfora frente a la dureza de los tiempos. Por la repostería hacia
la paz. Por la repostería hacia Dios.
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