viernes, 3 de enero de 2014

POR LA REPOSTERIA HACIA LA PAZ

GASTROGURÚ 15

LAS HERMANAS  DEL OBRADOR DEL CONVENTO DE SAN ANTONIO.

Fotografía: Antonio Juan Gras Alarcón












El convento de San Antonio tiene una historia de 500 años a sus espaldas. La luz  invernal que lo rodea estos días no solo invita a la continua meditación donosa y sincera, sino que acentúa la concentración a la hora de  buscar el equilibrio en la colección de productos que desde hace unos años se confeccionan en silencio en su obrador.

Alguien podría llegar a pensar que estas religiosas solo perpetúan una tradición de repostería conventual, pues en su catálogo se encuentran piezas que ellas han salvado de una extinción segura, como el pastel de Santa Beatriz. Pero nada más lejos de éste pensamiento. Se afirman en el pasado para ir abriendo el espectáculo de sus creaciones a nuevas propuestas que a veces gravitan en el subconsciente colectivo y que se fueron perdiendo sin saber muy bien porqué, pero que ellas, en un esfuerzo de búsqueda arqueológica de los sabores que solo vivían en el limbo de los recuerdo, se han empeñado en traer nuevamente al presente.

Las Antonias, que así han llamado como homenaje a todas las hermanas que han pasado por este  monasterio, son esas pastillas de café con leche que un día no muy lejano fueron enseña de la dulcería murciana, vuelven hoy  a ser degustadas con idéntica forma, con caligrafía similar, y semejante terciopelo gustativo que aquellos inolvidables caramelos que bajo la firma de Alonso eran el regocijo de tantos paladares. Más que de milagros hay que hablar de una minuciosa recuperación y de un tenaz trabajo entre detectivesco y perseverante para rescatar la perdida receta y lograr rescatarla. Y no desilusionar a quien se acerca hasta éste pasado hecho ya presente que se deshace muy lentamente en la boca.

Risueñas, metódicas, trabajadoras infatigables, estas diez reposteras, entre las diecinueve habitantes del convento, escrutan el equilibrio de una producción sostenible y ecológica prefiriendo que sus productos se encuentren en lo cercano. No son una empresa, son religiosas que entre el tiempo de la oración matutina y el tiempo de la oración nocturna, utilizan la repostería como método de ayuda para con sus semejantes más necesitados y ajustar, en lo posible, su economía conventual.

Sus productos se pueden encontrar en ferias populares, muestras de artesanía regional o espacios gourmet de reconocidos centros comerciales. Pagan sus impuestos y se preocupan de que sus rezos puedan ayudar a sus compañeros artesanos que hacen campaña junto a ellas. No quieren que sus dulces sean globales, sino que pretenden ser del lugar de donde nacen. Porque ellas, artesanas de los saludable, lo mejor que hacen 
es orar.

La temporada les lleva de las tortas de recado y la dulcería navideña al Roncón de Reyes, aunque a lo largo del año son ya reconocidas sus madalenas hechas de buen aceite, sus bizcochos, que presentan en envases que van adaptándose a los tiempos aunque la competencia y el alto coste de los productos de calidad que emplean para sus elaboraciones hacen que los beneficios sean muy ajustados.



Hay algo encantadoramente contagioso en la fortaleza de quien se empeña en ser útil a los demás. La entrega artesanal de estas mujeres que entre almendra, huevos, harina y azúcar hacen más dulce el paso de los días es una alentadora metáfora frente a la dureza de los tiempos. Por la repostería hacia la paz. Por la repostería hacia Dios.

 


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