Los pasteles de Belem, o de nata, de esa pastelería que hay cerca de
la Torre de Belem y tiene la fachada de mosaicos, toldos azules y en el suelo
de la entrada, en la calle, evidencia escrita que los fabríca desde 1837, son
un bocado religioso. Místico. Como de pellizco en culo prieto.
- Y mariano, añade Cardamomo siempre jovial y en su salsa con los temas
religiosos.
De Portugal no ha elegido un plato salado, le señala el orondo viajero
estático, quien platica manteniendo sus dedo juegan con la harina.
No, Señor Cardamomo. El pastel de nata es una visita delicada. La
merienda, la sobremesa junto a Don Fernando en A Brasileira, escuchando a esa
fadista alegre que se llama Ana Moura. Es un no lavarse la boca por haber
besado. Más que un plato nacional es un beso robado. Y Lisboa en una ciudad que
tiene tantos mundos dentro como pasteles son capaces de elaborar la dichosa
pastelería, algunos días, mi jocoso Cardamomo, casi 50.000.
Además, mire usted, guiña el ojos Azafrán, jugando a ponerse el dedo a
manera de aquél personaje que no quiso oír a su pueblo en tema bélicos, esos
pastelillos han llegado a causar furor en China a través de la casa esa del
payaso que enloqueció por comer sus hamburguesas, y ahora en Camboya…
Cardamomo ya estira el hojaldre, prepara un almíbar que añadirá a la crema pastelera y acaba horneando la memoria dulcera de su
amigo.
Usted sí que sabe. Con una copa de Oporto Vintage 2003 de Niepoort,
nos los vamos a zampar como auténticos lisboetas. Por la gloria del Fado.
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